La elección del papa León XIV es una oportunidad para renovar el legado de Francisco con apertura y compromiso global.
La elección de un nuevo papa siempre despierta emociones, debates y expectativas en todo el mundo. Es un momento que trasciende lo religioso y toca lo político, lo cultural, incluso lo simbólico. La Iglesia católica, con más de 1 400 millones de fieles, es una de las instituciones más influyentes del planeta, y cada decisión que toma —incluida la del nombre pontificio— tiene un eco global. Así lo demostraron el funeral del papa Francisco y el cónclave que eligió al cardenal Robert Francis Prevost como papa León XIV, el primer estadounidense en ocupar el trono de San Pedro.
Su elección este 8 de mayo de 2025 marca una nueva etapa para el Vaticano. A sus 69 años, relativamente joven para los estándares vaticanos, León XIV tiene en sus manos una doble misión: consolidar el legado de apertura pastoral que dejó Francisco y responder con valentía a los desafíos modernos que enfrenta la Iglesia: la secularización, los abusos clericales, la polarización social y los cuestionamientos internos y externos sobre su rol en el mundo.
El nombre que elige un papa nunca es trivial. El nombre escogido por Prevost permite una primera interpretación, como lo explica el periodista español Alberto Barciela, en una reflexión tras la elección del nuevo pontífice. León XIV remite a León XIII (1878-1903), uno de los papas más influyentes en la historia contemporánea de la Iglesia. Autor de la encíclica Rerum Novarum, base de la doctrina social católica moderna, León XIII abordó con firmeza los derechos laborales, la justicia social y el papel del cristianismo ante la revolución industrial. Su pensamiento equilibrado entre tradición y modernidad es, sin duda, un espejo en el que parece mirarse el nuevo papa.
León XIII, sigue Barciela, también fue autor de otros documentos fundamentales como Aeterni Patris, que promovía la filosofía de Santo Tomás de Aquino como pilar educativo; Libertas Praestantissimum, sobre la relación entre libertad y autoridad; y Au Milieu des Sollicitudes, que llamaba a la reconciliación entre la Iglesia y el Estado en Francia. Estos temas —fe, razón, justicia social, diálogo— están más vigentes que nunca.
El nuevo papa, agustino de origen estadounidense, muestra una trayectoria marcada por el acompañamiento pastoral, la educación y la cercanía con América Latina. Su trabajo en Perú como obispo de Chiclayo lo conectó con la realidad de los pueblos más vulnerables, algo que se reflejó en su primer discurso desde el balcón de San Pedro. La elección del lema “Anima una e cor unum in Deum” (“Un alma y un corazón en Dios”) habla de unidad espiritual y también de una sensibilidad pastoral arraigada en lo comunitario.
El papa León XIV domina seis idiomas, incluyendo el español, y su formación agustiniana aboga por el amor, el servicio, la justicia social y la vida en comunidad. Valores necesarios para una Iglesia que busca reconectar con los jóvenes, con los pueblos originarios, con las periferias. Su carisma sobrio, su experiencia internacional y su apertura a los nuevos lenguajes pueden ayudar a tender puentes en tiempos de tensión ideológica y espiritual.
No es un detalle menor que, pese a su pasaporte estadounidense, León XIV no era el favorito de la administración Trump, lo que da cuenta de su independencia y equilibrio. Su elección podría representar una posibilidad de tender lazos entre el norte y el sur global, entre conservadores y reformistas, entre fe y razón. La Iglesia necesita dejar de mirar hacia dentro para mirar hacia afuera.
En estos tiempos de crisis global, guerras, desplazamientos forzados, desigualdad y cambios climáticos, el Vaticano sigue siendo una voz con influencia real. El papa Francisco dejó como legado su encíclica Fratelli Tutti, su apuesta por la ecología integral y su lucha contra los abusos. Ahora toca a León XIV avanzar, sin temor ni nostalgia, con sabiduría y humanidad.
Como escribió Barciela: “el Espíritu Santo le otorgó al Cardenal Prevost el don de lenguas y una responsabilidad para la que solo cabe desearle la mejor de las suertes”. Y añade: “Anima una e cor unum in Deum. Y paz en el mundo en unos tiempos convulsos, difíciles y extraños. Suerte en su misión”.
El mundo observa. La Iglesia tiene una nueva oportunidad de ser luz en medio de la incertidumbre. Que esta nueva etapa no sea solo un cambio de nombre, sino una continuidad transformadora. Suerte, papa León XIV.
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