El hambre en Gaza y el reconocimiento diplomático reflejan una crisis humana que exige reflexión universal urgente.
La violencia en Gaza se intensifica. El conflicto dejó en julio una población al borde del abismo: una hambruna real y creciente, con más de 20 000 niños hospitalizados por desnutrición aguda y decenas y decenas de muertes confirmadas como consecuencia. La Organización de Naciones Unidas confirma que el 100 % de la población padece niveles elevados de inseguridad alimentaria y cerca del 20 % enfrenta condiciones catastróficas.
Este escenario llevó a un cambio en el tablero diplomático. Francia anunció que reconocerá formalmente el Estado de Palestina ante Naciones Unidas en septiembre. Lo mismo contemplan Reino Unido y Canadá, en respuesta al deterioro humanitario y como expresión de una reconfiguración moral y política internacional que trasciende bloques ideológicos.
En medio del clamor global, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu ha reafirmado su intención de tomar control total de Gaza, aunque sin anexarla. Una posición estratégica que revela tensiones internas: mandos del ejército se oponen abiertamente, mientras las familias de rehenes temen consecuencias, una fractura evidente entre objetivos militares y responsabilidad humanitaria.
Más allá de ideologías, lo que está en juego es la condición humana. No vale condenar desde el confort de otras latitudes si no se acompaña con solidaridad, presión política efectiva y respuesta inmediata.
Algunos actores globales lo comprenden: organizaciones humanitarias advierten que la imposición del hambre puede constituir un arma de guerra. El Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos lo ha afirmado sin rodeos. Ante esto, las nuevas adhesiones diplomáticas a Palestina no solo son gestos simbólicos, sino señales de que la comunidad internacional está movilizándose, guiada por la urgencia de proteger vidas, no territorios ni ideologías.
No hay espacio para la moralina. Hay espacio para la acción: desplegar más ayuda humanitaria, garantizar corredores seguros, proteger a civiles y apoyar mecanismos de paz. La guerra en Gaza es una prueba que atraviesa fronteras. Exige de nosotros no solo palabras, sino compromiso efectivo. Que esta crisis recuerde que el valor supremo no es político, sino estrictamente humano.
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