El auge de una ‘guerra fría’ ideológica y tecnológica exige que muchos países definan su posición en el escenario global.
El mundo se encuentra en un punto de inflexión marcado por el resurgimiento de tensiones geopolíticas que evocan la Guerra Fría, aunque con matices tecnológicos, comerciales, medioambientales e incluso sanitarios.
La salida de Estados Unidos de acuerdos clave como el de París y la Organización Mundial de la Salud (OMS), junto con el ascenso de figuras como Donald Trump y el respaldo de magnates tecnológicos como Elon Musk, señalan la consolidación de un bloque ideológico-tecnológico.
Del otro lado, China busca mantener su hegemonía global mediante el uso de tecnología e influencia comercial. Ante este panorama, Latinoamérica y el resto del mundo deben definir su posición estratégica.
La Guerra Fría del siglo XX fue un enfrentamiento ideológico, político y militar entre el bloque occidental liderado por Estados Unidos y el bloque comunista liderado por la Unión Soviética. Sin embargo, la actual “guerra fría” presenta características distintas. Como señala el politólogo y director del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de Tsinghua, Yan Xuetong, esta nueva rivalidad es fundamentalmente tecnológica, con Estados Unidos y China compitiendo por la supremacía en áreas como la inteligencia artificial, la biotecnología y la cibernética.
El diplomático y académico Alfredo Toro Hardy ha sostenido que la competencia tecnológica entre ambos países es cada vez más visible, con Washington percibiendo la política “Hecho en China 2025” como una declaración de guerra tecnológica. Esta competencia se extiende al ámbito comercial, donde las sanciones y restricciones impuestas por Estados Unidos a empresas chinas generan tensiones adicionales.
Ahora, con el respaldo de figuras políticas y magnates tecnológicos, esta visión parece estar ganando tracción. Esto plantea serias preocupaciones sobre el futuro de la gobernanza global y la capacidad de la comunidad internacional para enfrentar desafíos comunes.
Mientras Estados Unidos se repliega en ciertos aspectos, China busca expandir su influencia a través de la tecnología y el comercio. Empresas chinas como Temu y TikTok se han convertido en actores importantes en el mercado global, generando debates sobre seguridad y competencia desleal. La inversión en inteligencia artificial y otras tecnologías avanzadas también permite a China proyectar su poder a escala mundial.
La estrategia china se basa en la creación de una hegemonía económica y comercial, utilizando proyectos de producción, aumento del comercio y préstamos directos para el desarrollo con el fin de asegurar un mejor posicionamiento económico y obtener aliados políticos.
Ante esta nueva “guerra fría”, Ecuador y el resto de Latinoamérica se enfrentan a un dilema estratégico. ¿Deberían alinearse con Estados Unidos y su bloque ideológico-tecnológico, o buscar un equilibrio entre las dos superpotencias? ¿O quizás, construir un camino propio basado en la cooperación regional y la defensa de sus intereses nacionales?
La respuesta no es sencilla. Latinoamérica tiene fuertes lazos históricos y económicos con Estados Unidos, pero también reconoce el creciente poder e influencia de China. Además, la región enfrenta sus propios desafíos internos, como la desigualdad, la corrupción y la inestabilidad política, que complican aún más la toma de decisiones. Sin olvidar las diferencias ideológicas dentro de la América Latina: la Venezuela de Maduro y la Argentina de Milei son ejemplos extremos de las distancias ideológicas que nos separan.
En ese contexto, el camino para Ecuador puede ser -por ejemplo- el mantener una política exterior clara. Esto implica diversificar las relaciones económicas para no depender exclusivamente de un solo socio comercial, sino buscar oportunidades en diferentes mercados. Asimismo, se debe fortalecer la integración regional. De esta manera, se trabaja en conjunto con otros países latinoamericanos para enfrentar los desafíos comunes y promover una agenda regional.
En esa ruta, también se incluye la cooperación Sur-Sur: Establecer alianzas con otros países en desarrollo para intercambiar experiencias y conocimientos.
Y, se sobrentiende, pero la política exterior debe defender los intereses nacionales, es decir, priorizar el bienestar de los ecuatorianos y la protección de los recursos naturales del país.
Fuente: https://www.elcomercio.com/