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Ecuador, el costo de un silencio ajeno

Ecuador sufre las consecuencias de decisiones externas en el tema de la lucha contra las drogas.

Un reportaje de The New York Times revela una verdad incómoda. El resurgimiento de la cocaína en América Latina, con Ecuador como epicentro operativo, Este fenómeno es el resultado de una suma de decisiones externas e incapacidades internas. Mientras Estados Unidos volcó su atención -y sus recursos- a la epidemia del fentanilo, la cocaína quedó relegada a un segundo plano, casi como un mal menor. Ese descuido estratégico tuvo consecuencias brutales al sur del continente.

Durante años, Washington priorizó la estadística de muertes por sobredosis sobre la geografía del crimen. La cocaína no desapareció; se reorganizó. Se fortaleció. Construyó alianzas. Y cuando regresó con fuerza, lo hizo convertida en una industria transnacional que encontró en Ecuador el eslabón perfecto: puertos activos, dolarización funcional para el lavado, controles frágiles y una institucionalidad debilitada por la corrupción y la pobreza.
El país no produce cocaína, pero hoy carga con buena parte de la violencia que genera su tráfico. Esa paradoja es una de las claves del drama nacional. Ecuador pasó, en apenas una década, de ser un territorio periférico en el mapa del narcotráfico a convertirse en una “superautopista” del delito global, según el medio estadounidense.No por casualidad, sino por acumulación de vacíos: el cierre de la base de Manta, la reducción de la cooperación internacional efectiva, la infiltración criminal en estructuras locales y un Estado que reaccionó tarde.

La advertencia que recoge The New York Times no es una exageración periodística. Basta mirar las cárceles, los puertos, las calles. Coches bomba, asesinatos selectivos, niños armados, barrios tomados. La cocaína volvió a ser el combustible del terror, y lo hace en un país que no estaba preparado para una guerra de esa magnitud.

Pero sería cómodo cargar toda la responsabilidad en factores externos. El auge del narcotráfico también desnuda fallas internas profundas: desigualdad, jóvenes sin futuro, un sistema judicial cuestionado y una política de seguridad que, por años, fue más declarativa que efectiva. Las Fuerzas Armadas y la Policía enfrentan organizaciones con más dinero, más tecnología y mayor capacidad de adaptación. La asimetría es evidente.

El embajador de Italia en Ecuador, citado en el reportaje, habla de una “guerra existencial”. La expresión no es retórica. Lo existencial no es solo la violencia física; es la amenaza a la idea misma de Estado. Cuando el crimen define reglas, rutas y silencios, la democracia se vuelve frágil y la vida cotidiana se precariza.

La lección que deja este diagnóstico internacional es incómoda: el narcotráfico no entiende de prioridades políticas parciales. Combatir una droga ignorando otra no reduce el problema; lo desplaza. La cocaína que hoy asfixia a Ecuador es, en parte, el efecto colateral de una agenda global ciega.
Ecuador no es un narco-Estado, como bien se advierte, pero sí es un país que quedó solo demasiado tiempo, como lo explica The New York Times. Salir de este laberinto exige algo más que operativos y decomisos récord. Requiere cooperación sostenida, inteligencia compartida y, sobre todo, una reconstrucción interna que cierre el paso a la violencia antes de que vuelva a llamarse normalidad.

Fuente: https://www.elcomercio.com/

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